“Escribir: para no dejarle el lugar al muerto, para hacer retroceder al olvido, para no dejarse sorprender jamás por el abismo. Para no resignarse ni consolarse nunca, para no volverse nunca hacia la pared en la cama y dormirse como si nada hubiera pasado” (Hélène Cisoux, 'La llegada a la escritura', fragmento).

sábado, 25 de junio de 2011

CLARICE LISPECTOR



(...) nací para escribir. La palabra es mi dominio sobre el mundo. Tuve desde la infancia varias vocaciones que me llamaban ardientemente. Una de las vocaciones era escribir. Y no sé por qué, fue esta la que seguí.
Tal vez porque para las otras vocaciones necesitaría un largo aprendizaje, mientras que para escribir el aprendizaje es la propia vida viviéndose en nosotros y nuestro alrededor. Es que no sé estudiar. Y, para escribir, el único estudio es justamente escribir. Me adiestré desde los siete años para tener un día la lengua en mi poder. Y no obstante, cada vez que voy a escribir, es como si fuera la primera vez. Cada libro mío es un estreno penoso y feliz. Esa capacidad de renovarme toda, a medida que el tiempo pasa, es lo que yo llamo vivir y escribir.

martes, 21 de junio de 2011

Poema Cuarteto De Pompeya de Fabio Morábito

I
Nos desnudamos tanto
hasta perder el sexo
debajo de la cama,
nos desnudamos tanto
que las moscas juraban
que habíamos muerto.
Te desnudé por dentro,
te desquicié tan hondo
que se extravió mi orgasmo.
Nos desnudamos tanto
que olíamos a quemado,
que cien veces la lava
volvió para escondernos.
II
Me hiciste tanto daño
con tu boca, tus dedos,
me hacías saltar tan alto
que yo era tu estandarte
aunque no hubiera viento.
Me desnudaste tanto
que pronuncie mi nombre
y me dolió la lengua,
los años me dolieron.
Nos desnudamos tanto
que los dioses temblaron,
que cien veces mandaron
las lavas a escondernos.
III
Te frotabas tan rápido
los senos que dos veces
caí en sus remolinos,
movías el culo lento,
en alto, para arrearme
a su negra emboscada,
su mediodía perenne.
Abrías tanto su historia,
gritaba su naufragio…
Nos denudamos tanto
que nonos conocíamos,
que los dioses mandaron
la lava a reinventarnos.
IV
Te desmentí de cabo
a rabo devolviéndote
a tus primeros actos,
te escudriñé profundo
hasta escuchar la historia
amarga de tu cuerpo,
pues sólo el amor sabe
cómo llegar tan hondo
sin molestar la sangre.
Esa noche la lava
mudó si paisaje en piedra.
Tú y yo fuimos lo único
que se murió de veras.
_______________________________
En Pompeya, entre otros cuerpos petrificados
por las lavas y cenizas de la erupción del
Vesubio (año 79), se conservan los de un
hombre y una mujer en el acto amoroso.

jueves, 16 de junio de 2011

HUMILLAR

Sección Un diccionario anti-coyuntural / por Carlos Skliar  

7ma Entrega: humillar
Parecida al desprecio, ‘humillación’ es una palabra aún más violenta. Roedora de almas y de ánimos. Doblada sobre sí misma, da señales de someterse a otras palabras tales como ‘poder’ o ‘dominación’. Deja marcas indelebles en todo el cuerpo. Quien la recibe, demora demasiado tiempo en reaccionar. Quien la pronuncia, sabe lo que está haciendo. Un ser que se cree curiosamente iluminado, golpea con toda su sombra a otro ser que es visto como sin luz. A eso llamaremos vejación, ofensa, muerte. No ‘humillarás’ jamás ha ascendido a la categoría de mandamiento.
Hay quienes han perdido decididamente su vocación (palabra que, lo sé, no hace demasiada gracia y parece pronunciada desde otras épocas). O su decisión. Contrariado su deseo. Su intimidad. La palabra por la cual fueron acogidos en el mundo. Me refiero al desertar de la voluntad de enseñar. De educar. De ese ‘dar lo que se tiene e, incluso, lo que no se tiene’, o bien: ‘dar lo que se sabe e, incluso, lo que no se sabe’. La pasión (palabra que cuando se junta con ‘educación’, también lo sé, parece una abreviatura de ese artificio que es el ‘amor hacia los niños’) se ha diluido en la profesión.
¿Qué habría o que hay un educador? No interrogo acerca de qué es un educador, para que no vengan hacia mí las infinitas definiciones más o menos conocidas, más o menos ajustadas. Pregunto: ¿En el educar no habría una suerte de preservación del mundo al interior de un gesto pequeño de amorosidad? ¿Una forma de hacerse presente al momento de decir algo, escribir algo, leer algo, aún cuando ese ‘algo’ sea intercambiable y cambie con los tiempos? ¿No hay en el educar, acaso, una hospitalidad consistente en acompañar, habilitar, dar paso, recibir, atender, escuchar? ¿No hay una primerísima y siempre presente decisión de afirmar la vida?
Las imposiciones y los excesos de técnicas y pericias no cambian en nada el dolor por las preguntas anteriores. Simplemente las han borrado, las han vuelto inexistentes, inútiles. Como si fuera posible responder a una pregunta que ya no está, que se detuvo en la nostalgia. O que cuando está se vuelve rápido latiguillo de una política antagonista. Prueba irrefutable de ello está en el curioso y cada vez más trágico transformismo de la palabra ‘educar’ por ‘humillar’.
Sin embargo, no es a los educadores sino a los humilladores a quienes se dirige este texto. A los que denigran a los demás. Por momentos o durante todo el tiempo, incluso durante el sueño. En algo en particular, o en todas las cosas. A los que humillan amparándose en un sistema anónimo sobre el cual siempre exponen su nombre.  A aquellos que miran pero no te miran. En vez de eso indican con los ojos cansados el preclaro camino a seguir. Insisten con el recorrido y con la imperiosa necesidad del ser siempre-aprendiz, siempre-alumno. Hablan pero en un lenguaje ahogado hacia dentro. Desgarrándose el sí mismo. Y no se quieren dar cuenta. En nombre de lo real o de lo moral o de lo normal o de lo ideal o de la razón de la época, te obligan a cobijarte bajo su corto manto. Te adulan para que los adules. Suben lo más alto posible del sí mismo para que siempre los mires hacia arriba y duela la nuca y duela la edad y duela la timidez y duela la intimidad. No afirman, conceden. No te dan, firman con una escritura ya deteriorada por su mísera repetición. A veces te ponen la mano en el hombro para darte consejos que no provienen de ellos sino de una especie de humanidad global ignota. Hablan por tu bien, por tu futuro, para que seas lo que hay que ser-hacer. Remiten a su propio tiempo joven como emblema de su voluntad, y resguardan su presente como testimonio de impúdica felicidad. Te hacen escribir mucho lo que no deseas escribir, te hacen leer menos de lo que quisieras, te hacen filmar, grabar, entrevistar, auditar, escrutar, evaluar, etiquetar, informar, conceptualizar. Te hacen publicar. Pero tu nombre estará en segunda fila o siempre debajo, debajo de debajo. Te hacen sentir que uno es nota de pié página en tamaño imperceptible. Te escuchan sólo cuando están hablando. No conversan, porque el guión de la obra está escrito de antemano. Te hacen sentir equivocado, pequeñísimo, incapaz, ignorante, eterno discípulo, errático. Y también, enseguida después, te hacen sentir ingrato, perverso, olvidadizo, descuidado, desertor, infiel. Te enseñan a  odiar las enseñanzas. Creen que lo que se enseña es lo que se aprende y que ello ocurre en el mismo momento. Te intimidan con la intimación a continuarlos. Nunca se sabe si habrá que estar demasiado cerca o demasiado lejos. Logran que la duda se vuelva contra uno mismo. El camino que te muestran es un camino ya ocupado por ellos mismos. Abruman con estatutos, decretos, reglamentos, pactos. Te incluyen en grupos, centros, foros, cenáculos, redes, seminarios, congresos. Y te dejan conectando cables y teclados, luces y presentaciones, para que todo salga bien. Cuentan contigo para sentirse acompañados, pero es una compañía provisoria y descartable.
No educan, humillan. Y, como bien se sabe, de la humillación, como del dolor, nada parece aprenderse. Y, aún peor: es muy posible que el humillado tome su revancha un poco después. Y humille, otra vez, siempre hacia abajo. Y ahora es otro quien mira, pero no te mire; habla pero no te habla; enseña, pero te destituye de la posibilidad de vivir.
En la humillación o se sobrevive como Narciso, despreciando y aborreciendo a todos los que te siguen y te aman desesperadamente, dejando atrás una estela indigna de apasionados moribundos; o mal se sobrevive como Eco, languideciendo de amor y siendo incapaz de utilizar la propia voz “(…) excepto para repetir tontamente la de otra persona”. [1]
Humillar quiere decir matar, casi con los mismos medios que el de las manos asfixiantes sobre el cuello. Aunque luego digan que no fueron ellos. Sino tu propia incapacidad. Tu infinita pequeñez. Tu propia soga.

HUMILLAR (1):
(Del lat. humiliāre). Inclinar o doblar una parte del cuerpo, como la cabeza o la rodilla, especialmente en señal de sumisión y acatamiento. Abatir el orgullo y altivez de alguien. Herir el amor propio o la dignidad de alguien. Taurom. Dicho de un toro: bajar la cabeza para embestir, o como precaución defensiva. Hacer actos de humildad. Dicho de una persona: pasar por una situación en la que su dignidad sufra algún menoscabo. Arrodillarse o hacer adoración.
HUMILLAR (2):
“Desde sus orígenes, el pedagogo guiaba a los niños, les transmitía, pasaba, sus saberes para poder posteriormente andar por su cuenta. Podríamos pensar en la idea de iluminar a los sin luces (a-lummus: alumno). Y en esta concepción cobra sentido la idea del pedaje como peaje, derecho de tránsito. Pasar, implica entonces un pago. Sea en forma de padecimiento, de agradecimiento, al que permitió dicho pasaje, o de reconocimiento de una relación de necesariedad” (Laura Duschatzsky, ‘Una cita con maestros. Los enigmas del encuentro con discípulos y aprendices’).
HUMILLAR (3):
“En tus manos todo lo que has perdido,
todo lo que has tocado.
En un rincón de tu cabeza
cada promesa y
cada promesa rota. En tu piel,
cada vez que fuiste rechazado,
cada vez que fuiste aceptado (…)”.

(Anne Michaels, ‘Buceadores de la piel’).


[1] Robert Graves. Los mitos griegos. Ob. Cit., pág. 94.

martes, 14 de junio de 2011

Chantal Maillard


La mirada ajena, generalmente, me produce malestar, incluso miedo. A la de los seres humanos me refiero, la de los animales es inocente. Y es que miramos juzgando. Cuando era niña acostumbraba a quedarme mirando a las personas, en los tranvías por ejemplo; no miraba exactamente, sino que participaba de aquello que miraba. Me introducí ...a en quienes tenía delante, vivía en ellos. Sin ser conciente de ello, por supuesto, simplemente me ausentaba de mí. Era una mirada inocente. Una mirada sin sujeto y sin objeto. Casi no era mirada. El juicio, en cambio, es el principio de las diferencias. La mirada que enjuicia compara, elabora, crea al otro. No me gusta sentirme otra: el otro siempre está sólo. (Chantal Maillard)

sábado, 4 de junio de 2011

Anoche soñé que te amaba (Claudia Montero - 2011)


Anoche soñé que te amaba en una vieja barcaza de madera azul y verde anclada a orillas de un río.
Los encuentros, como en una insuperable película antigua en blanco y negro, incluían un extraordinario coñac, un  mejor libro para compartir, la música conmovedora de tambores y armónicas, ensambladas y reproducidas por un pasado de moda reproductor de cassettes.
Nuestros cuerpos descubriéndose entre vaivenes ondulantes, palabras, olor a madera y a coñac. Acorralados además por la suavidad deliciosa de una canción.
Desperté…
Sigo amando la barcaza de madera azul y verde anclada a orillas del río.

ECLIPSE DE SOL - El Kortxo

MATT STUART

miércoles, 1 de junio de 2011

Silencio

Por Clarice Lispector

Es tan vasto el silencio de la noche en la montaña. Y tan despoblado. En vano uno intenta trabajar para no oírlo, pensar rápidamente para disimularlo. O inventar un programa, frágil punto que mal nos une al súbitamente improbable día de mañana. Cómo superar esa paz que nos acecha. Silencio tan grande que la desesperación tiene vergüenza. Montañas tan altas que la desesperación tiene vergüenza. Los oídos se afilan, la cabeza se inclina, el cuerpo todo escucha: ningún rumor. Ningún gallo. Cómo estar al alcance de esa profunda meditación del silencio. De ese silencio sin memoria de palabras. Si es muerte, cómo alcanzarla.
Es un silencio que no duerme: es insomne; inmóvil, pero insomne; y sin fantasmas. Es terrible: sin ningún fantasma. Inútil querer probarlo con la posibilidad de una puerta que se abra crujiendo, de una cortina que se abra y diga algo. Está vacío y sin promesas. Si por lo menos se escuchara al viento. El viento es ira, la ira es vida. O nieve. La nieve es muda pero deja rastro, lo emblanquece todo, los niños ríen, los pasos resuenan y dejan huella. Hay una continuidad que es la vida. Pero este silencio no deja señales. No se puede hablar del silencio como se habla de la nieve. No se puede decir a nadie como se diría de la nieve: ¿oíste el silencio de esta noche? El que lo escuchó, no lo dice.
La noche desciende con las pequeñas alegrías de quien enciende lámparas, con el cansancio que tanto justifica el día. Los niños de Berna se duermen, se cierran las últimas puertas. Las calles brillan en las piedras del suelo y brillan ya vacías. Y al final se apagan las luces más distantes.
Pero este primer silencio todavía no es el silencio. Que espere, pues las hojas de los árboles todavía se acomodarán mejor, algún paso tardío tal vez se oiga con esperanza por las escaleras.
Pero hay un momento en que del cuerpo descansado se eleva el espíritu atento, y de la tierra, la luna alta. Entonces él, el silencio, aparece.
El corazón late al reconocerlo.
Se puede pensar rápidamente en el día que pasó. O en los amigos que pasaron y para siempre se perdieron. Pero es inútil huir: el silencio está ahí. Aun el sufrimiento peor, el de la amistad perdida, es sólo fuga. Pues si al principio el silencio parece aguardar una respuesta -cómo ardemos por ser llamados a responder-, pronto se descubre que de ti nada exige, quizás tan sólo tu silencio. Cuántas horas se pierden en la oscuridad suponiendo que el silencio te juzga, como esperamos en vano ser juzgados por Dios. Surgen las justificaciones, trágicas justificaciones forzadas, humildes disculpas hasta la indignidad. Tan suave es para el ser humano mostrar al fin su indignidad y ser perdonado con la justificación de que es un ser humano humillado de nacimiento.
Hasta que se descubre que él ni siquiera quiere su indignidad. Él es el silencio.
Puede intentar engañársele, también. Se deja caer como por casualidad el libro de cabecera en el suelo. Pero, horror, el libro cae dentro del silencio y se pierde en la muda y quieta vorágine de éste. ¿Y si un pájaro enloquecido cantara? Esperanza inútil. El canto apenas atravesaría como una leve flauta el silencio.
Entonces, si se tiene valor, no se lucha más. Se entra en él, se va con él, nosotros los únicos fantasmas de una noche en Berna. Que entre. Que no espere el resto de la oscuridad delante de él, sólo él mismo. Será como si estuviéramos en un navío tan descomunalmente grande que ignoráramos estar en un navío. Y éste navegara tan largamente que ignoráramos que nos estamos moviendo. Más de eso, nadie puede. Vivir en la orla de la muerte y de las estrellas es una vibración más tensa de lo que las venas pueden soportar. No hay, siquiera, un hijo de astro y de mujer como intermediario piadoso. El corazón tiene que presentarse frente a la nada sólito y sólito latir alto en las tinieblas. Sólo se escucha en los oídos el propio corazón. Cuando éste se presenta completamente desnudo, no es comunicación, es sumisión. Además, nosotros no fuimos hechos sino para el pequeño silencio.
Si no se tiene valor, que no se entre. Que se espere el resto de la oscuridad frente al silencio, sólo los pies mojados por la espuma de algo que se expande dentro de nosotros. Que se espere. Un insoluble por otro. Uno al lado del otro, dos cosas que no se ven en la oscuridad. Que se espere. No el fin del silencio, sino la ayuda bendita de un tercer elemento, la luz de la aurora.
Después, nunca más se olvida. Es inútil intentar huir a otra ciudad. Porque cuando menos se lo espera, se puede reconocerlo de repente. Al atravesar la calle en medio de las bocinas de los autos. Entre una carcajada fantasmagórica y otra. Después de una palabra dicha. A veces, en el mismo corazón de la palabra. Los oídos se asombran, la mirada se desvanece: helo ahí. Y desde entonces, él es fantasma.

¿Solo transitar entre tus voces?


Me supones frágil, me piensas efímero, fugaz.
Resuelves con tus voces negarme.
Dispones en tu hacer una realidad para mí.
Un escenario donde mi presencia es impuesta
 y mi existencia cuestionada.
Presumes de tus dones.
Transitas por mi mundo afectándome
sin siquiera sospecharlo.
Intento conmoverte pero no lo adviertes.
Pretendo manifestarme, Ser,
Y solo conquisto tu frustración
y tu tranquilidad al especular
que no me parezco a ti.
¡Qué ingenuidad la mía al pensar
que mi esencia podía provocarte,
sacudirte!
Con tu indiferencia, ambos hemos fracasado
en la esperanza de humanizar la vida.

Claudia Montero 2011

EL DOLOR

“Precisamente porque ha habido sufrimiento es necesario afirmar la vida y decirle sí. El problema humano por definición es el del sufrimiento. En él, en el dolor a menudo incomprensible y atroz, se nos da la medida y la magnitud de la existencia humana y la posibilidad de nuestro consentimiento a ella. El estado de sufrimiento nos hace escuchar ese sí, porque el que sufre es el que lucha por la vida a toda costa, el que la elige en cada instante de su propio y hondo sufrimiento” (Fernando Bárcena, ‘La esfinge muda’). 

Fuente; PREFERIRÍA NO HACERLO . AUDIO 31 DE MAYO FM LA TRIBU

jueves, 26 de mayo de 2011

Au Bord de la Marne – Henri Cartier Bresson

LOCURA - Carlos Skliar -

Heracles supo, entre la desesperación y el aborrecimiento, que de la locura no se regresa impune. Que los excesos desmedidos causan la ira de los dioses y que no se puede aterrorizar al mundo con guerras y masacres sin pagar las consecuencias. Heracles, se sabe, es el nombre de un héroe popular que, entre otras percepciones, encarna el mito de la travesía por la frontera entre la cordura y la locura. Siendo cuerdo abusó de despotismo y fue enloquecido por Hera; al recuperar su cordura, no quiso permanecer con nadie para no tentarse de poder y se sumergió en una absoluta oscuridad. Un poco después fue condenado a la más pura de las ambigüedades: la inmortalidad junto con la servidumbre. La amistad de algunos y el decorrer del tiempo lograron consolarle. Heracles, tal vez desde niño, deambuló riesgosamente entre la demasiada cordura y la demasiada locura .
Es sabido que en los mitos griegos los dioses eran impacientes y que repetidamente gustaban de enloquecer a quienes los desobedecieran. Y queda latente la presunción generalizada, aunque poco auspiciosa, que aún hoy estamos divinamente expuestos a ello. En verdad, estamos a un instante, a un segundo, a un paso, a un milímetro o bien a una palabra de ser definidos como rozando el límite de la cordura, es decir, sin más: al borde de la locura.
El límite es exactamente ése: una frontera que se cruza tan veloz e imperceptiblemente que nunca podría entenderse la distinción, vanamente enciclopédica, entre la locura y la cordura.
Pues en vez de pensar en la Vida y la Muerte, en Dios o en la Nada, en la Verdad o en la Mentira, en la Teoría y la Práxis, entre otras fétidas lógicas, siempre es mejor sostener la idea que el principio organizador de nuestras pasiones, de nuestros sentidos y sinsentidos, reposa en el hecho que no hay nada ni nadie que se constituya y habite lejos de la frontera entre la locura y la cordura. Lo indignante es que algunos, sólo algunos, puedan ser tildados de eso o de aquello, cuando en realidad todos somos y estamos en un tránsito inquieto, ora de un lado, ora de un otro, la mayoría de las veces confundidos y sin una pizca de referencia.
Si hay una lucha que trabar, si hay una verdadera disputa política, filosófica y poética entre los hombres, esa cuestión es la de la locura y la cordura. Pues si hay vida humana en otros planetas, si el neoliberalismo nos ha dejado sin nada, si las mujeres son un misterio irresoluto, si todo hombre es un potencial canalla, si el calentamiento del planeta puede resolverse, si hay Dios, Dioses, o esclavos sometidos a la idea de Dios y de Dioses, si la astrología es una ciencia o una impaciencia, si hay una ética universal o particular, si otro mundo es posible, si los conceptos han muerto o están a la espera de un mejor orador, todo, absolutamente todo, depende de ese primer principio organizador.
Muchos ya han tocado la cordura y la locura con sus propias manos. Y demás está decir que una cosa es la locura –la atribución de un estado de naturaleza a veces romántica, otras veces trágica- y otra totalmente distinta es la desoladora indisposición de quien la padece.
Cometer actos de locura, volvernos locos por algo o por alguien, hacer una locura en el sentido de travesura, el niño que enloquece a su maestra, la maestra que enloquece a su alumno, enloquecerse por una música, una lectura, etc., nada tienen que ver con la alienación o con la enajenación o con el desamparo. Nietzsche acabó demente siendo poeta y por la poesía; Hölderlin permaneció loco demasiado tiempo preso de una inagotable obsesión por la escritura divina . Los ejemplos abundan y habrá que distinguir, en todos los casos, una descripción hecha desde fuera de la insanía de Nietzsche o de Hölderlin, con el padecimiento, con el sufrimiento en el cuerpo mismo de Nietzsche o de Hölderlin.
Habría que estar muy atentos, en todo caso, al lugar que nos cabe en relación a los demasiado cuerdos. Aquellos que acatan y ejecutan sin más las más absurdas normas y leyes. Aquellos que miran todo con reluctancia y recelo. Aquellos que se protegen todo el tiempo, inclusive, de insignificantes desórdenes. Aquellos que se ofenden con el libre albedrío. Aquellos que juzgan desde la sombra de sus párpados y se ofenden con los juegos, las danzas, las piruetas, las metáforas y las conversaciones desafinadas.
La exageración de la cordura ha cometido crímenes de lesa humanidad. Aunque los demasiado cuerdos se muestren pulcros y prolijos, más temprano o más tarde, se descubre su infausta estirpe. Y no sería razonable tildarlos de demasiado locos, de demasiado insanos. Porque los demasiado locos están en otro sitio. Y sólo desean reconciliarse con dioses que no existen.

LOCURA (1):
(De loco). Privación del juicio o del uso de la razón. Acción inconsiderada o gran desacierto. Acción que, por su carácter anómalo, causa sorpresa. Exaltación del ánimo o de los ánimos, producida por algún afecto u otro incentivo.

LOCURA (2):
(...) Si pudieseis mirar desde la luna, el oleaje enorme del género humano, supondríais estar viendo un enjambre de moscardones y mosquitos, peleando entre sí, luchando, tendiéndose lazos, robándose, mofándose unos de otros, y, en fin, naciendo, enfermando y muriendo incesantemente. Nadie podría imaginar los trastornos y las desdichas de que es capaz un animalillo tan pintoresco y vil y de vida tan efímera como es el hombre. En un combate, o bajo el azote de una peste, se aniquilan y desaparecen en breve lapso millares de personas", (Erasmo de Rotterdam, ‘Elogio de la locura’).

LOCURA (3):
“Los filósofos pobres son filósofos dos veces y si son filósofos dos veces y pobres una vez, entonces son filósofos tres veces y pobres ninguna. Porque la filosofía es ver lo que existe en lo que no existe y al lado de la filosofía calma de los conceptos existen las perturbaciones visuales que se balancean entre la mezquina miopía y las alucinaciones intrigantes. Ver en medio de lo invisible una cosa es ser filósofo o alucinado. Si después de ver, el hombre habla calmo es filósofo. Si después de ver, el hombre habla sobresaltado, es loco” (Gonçalo Tavares, ‘Biblioteca’).

martes, 24 de mayo de 2011

La Nona

                                                               Fotografía de C.M.

Inocencia

                                                                Fotografía de C.M.

domingo, 22 de mayo de 2011

ESPACIOS Y EXISTENCIAS NEGADAS - Claudia Montero (2011)



Espacios ahogados de anonimatos. Existencias sumergidas en constantes condicionamientos de  pretenciosos repertorios del DEBER SER.
Lugares conquistados por ilusorios y omnipotentes poderes engendrados en la avaricia intelectual de algunos, en la indiferencia afectiva de otros y en el temor obsesivo e ignorante de desdibujar o perder su propia identidad.
Dimensiones habitadas por cuerpos imperfectos, por inteligencias maltratadas, por exóticos e incomprendidos modos de manifestarse.
Son estos, tiempos urgentes de transformar estas realidades, tiempos de crear posibilidades de cambio, para que cada Ser pueda, en el legítimo derecho que la vida misma autoriza, poder existir con sus singularidades, extrañezas, originalidades y diferencias.
Condiciones de lo humano, que enriquecen y dignifican la historia de  la humanidad.             

Fernando Pessoa

Reseña biográfica
Poeta, ensayista y traductor portugués nacido en Lisboa en 1888.
Es la figura más representativa de la poesía portuguesa del siglo XX. Sus primeros años transcurrieron en Ciudad del Cabo mientras su padrastro ocupaba el consulado de Portugal en Sudáfrica.  A los diecisiete años viajó a Lisboa, donde después de interrumpir estudios de Letras alternó el trabajo de oficinista  con su interés por la actividad literaria.
La influencia que en él ejercieron autores como Nietzsche, Milton y Shakespeare, lo llevaron a traducir parte de sus obras y a producir los primeros poemas en idioma inglés. Dirigió varias revistas  y pronto se convirtió en el propulsor del surrealismo portugués.
"Mensaje" fue su primera obra en portugués y única publicada en vida del poeta. Parte de su obra está representada por los numerosos heterónimos creados durante su vida, siendo los más importantes  Alvaro de Campos, Ricardo Reis y Alberto Caeiro.
Falleció en Lisboa en 1935. ©



Esto

Dicen que pretendo o miento
En cuanto escribo. No hay tal cosa.
Simplemente
Siento imaginando.
No uso las cuerdas del corazón.

Todo cuanto sueño o pierdo,
Que pronto cae o muere en mí,
Es como una terraza que mira
Hacia otra cosa más allá.
Esa cosa me arrastra.

Y así escribo en medio
De las cosas no junto a mis pies,
Libre de mi propia confusión,
preocupado por cuanto no es.
Sentir? Dejemos al lector sentir!

(? 1933)
Versión de Rafael Díaz Borbón

lunes, 16 de mayo de 2011

MARÍA ZAMBRANO - Biografía y algunos escritos

María Zambrano                                            

Nacimiento:22 de Abril de 1904
Defunción:6 de Febrero de 1991

Pensadora, ensayista y poeta española nacida en Vélez, Málaga, en 1904.Hija del pensador y pedagogo Blas José Zambrano, hizo sus primeros estudios en Segovia. En Madrid estudió Filosofía y Letras con Ortega y Gasset, García Morente, Besteiro y Zubiri. Vivió muy de cerca los acontecimientos políticos de aquellos años, de cuya vivencia fue fruto su primer libro «Horizonte del liberalismo» en 1930. Entabló amistad con importantes poetas y pensadores de la época como Luis Cernuda, Jorge Guillén, Emilio Prados y Miguel Hernández, entre otros.Finalizada la Guerra Civil, salió de España en enero de 1939, dejando atrás todo lo suyo, exiliándose inicialmente en Paris donde entabló amistad con Albert Camus y con René Char. Posteriormente vivió en México, La Habana y Roma, desarrollando una gran intensidad literaria y escribiendo algunas de sus obras más importantes: «Los sueños y el tiempo», «Persona y democracia», «El hombre y lo divino» y «Pensamiento y Poesía» entre otros. Después de 45 años de exilio regresó por fin a Madrid en 1984. En 1988 le fue reconocida su obra con el Premio Príncipe de Asturias y el Premio Cervantes.Falleció en Madrid en 1991.

Los textos que aparecen en este vínculo han sido tomados de la excelente publicación,
"La llama sobre el agua", edición de María Fernanda Santiago Bolaños, con ilustraciones de Ramón Pérez Carrió.
(Ediciones Aitana, Comte d' Altea, 10  Altea, Alicante.)

El templo y sus caminos

     Una tinieblas que prometen y a veces amenazan abrirse. Y es difícil creer que quien recorre tal camino no se vea acometido por el tempor y un temblor casi paralizantes. Es la luz de un viaje más bien extrahumano, que el hombre emprendía asomándose al lado dé allá, a ese lado al cual se supuso, cada vez con mayor ligereza, que sólo se asoman los místicos. Es la luz que se vislumbra y la luz que acecha, la luz que hiere. La luz que acecha en la inmensidad de un horizonte donde perderse parece inevitable, y que hiere con un rayo que despierta más allá de lo sostenible, llamando a la completa vigilia, ésa donde la mente se incendiaría toda.
Zambrano, M.: "La respuesta de la Filosofía", en Los bienaventurados, Madrid,
Ed. Siruela, 1990, pp. 80-81

Geografía de la aurora

     Y las piedras preciosas, esas grutas de esmeraldas que nacen en sueños y al soñante acogen tan de verdad que éste conserva en la vigilia las huellas del tacto, a veces hecho memoria tanto o más que un lugar simplemente natural; y el color que sin nombre sostiene la retina por años, por duraciones sin fin, ese color visto tan sólo en sueños y ese felicísimo estar en la gruta, y aun el poder volver a ella encontrándola en tierras lejanas bañadas por otra luz. ¿Cómo suceden, cómo están ahí asequibles aunque no enteramente, y sin sombra alguna de terror, cosa tan extraña a toda gruta desconocida, por insignificante que sea? Este no tener, y no esperar, este estar sin esfuerzo alguno, esta patria perdida o esperada, donde se ha entrado sin saber cómo ni por qué, sin esperanza ni temor. Y ese vivir sin anhelar, ni apetecer, sin añorar sin soñar, duerme al fin en su gruta sin soñar señor alguno, que le haya herido y sin soñarse él a sí mismo, olvidado de toda herida.
     El ciervo reposa sin herida, apoyada su cabeza sobre una piedra, flor azul.
Zambrano, M.: "Geografía de la Aurora", en De la Aurora, Madrid,
Ed. Turner, 1986, p.106



La mirada

     Sólo cuando la mirada se abre al par de lo visible se hace una aurora. Y se detiene entonces, aunque no perdure y sólo sea fugitivamente, sin apenas duración, pues que crea así el instante. El instante que es al par indeleblemente uno y duradero. La unidad, pues, entre el instante fugitivo e inasible y lo que perdura. El instante que alcanza no ser fugitivo yéndose.
Inasible. El instante que ya no está bajo la amenaza de ser cosa ni concepto. Guardado, escondido en su oscuridad, en la oscuridad propia, puede llegar a ser concepción, el instante de concebir, no siempre inadvertido.
     Y así, la mirada, recogida en su oscuridad paradójicamente, saltando sobre una aporía, se abre y abre a su vez, "a la imagen y semejanza", una especie de, circulación. La mirada recorre, abre el círculo de la aurora que sólo se dio en un punto, que se muestra como un foco, el hogar, sin duda, del horizonte. Lo que constituye su gloria inalterable.
Zambrano, M.: "La mirada", en De la Aurora, Madrid,
Ed. Turner, 1986 p. 35


viernes, 13 de mayo de 2011

Tiempo

Nos desliza, nos detiene,
nos acelera, nos entorpece.
sin darnos pausa, desautoriza nuestra pereza.
Tiempo impertinente que irrumpe
en el silencio y en el bullicio.
En la calma de una caricia
y en la exaltación del carcajeo.
Tiempo acorralando nuestro Ser,
enajenando emociones y razones.
Tiempo que permite y que prohibe,
que anuda y que libera.
Tiempo que nos desafía al encuentro
con el otro, con nosotros.
Tiempo que en medio de la nada
o sumergido en una muchedumbre,
nos ofrece la posibilidad del suceso.
Más allá del resentimiento o el gozo
nos concede la existencia para que con ella,
goteándose en diferentes ritmos,
tengamos las treguas del durante.

Claudia Montero  (2011)

Chantal Maillard

¿PARA QUÉ SIRVEN LOS EXTRANJEROS?

¿PARA QUÉ NOS SIRVEN LOS EXTRANJEROS?[1]
JORGE LARROSA

Mantener despierto el dolor y provocar el deseo (...), esa
es la tarea del verdadero educador en nuestro tiempo.
(M. BUBER)
El extranjero te permite ser tú mismo haciendo, de tí, un
extranjero.
(E. JABÈS)




La comprensión, se nos dice, tendría una estructura reflexiva, sería
algo así como un movimiento de ida (hacia el otro) y de vuelta
(hacia uno mismo). Toda comprensión es retorno, dice Gadamer
siguiendo a Hegel: “Reconocer en lo extraño lo propio, y hacerlo familiar,
ese es el movimiento fundamental del espíritu, cuyo ser no es sino el
retorno a sí mismo desde el ser del otro”. Y Ricoeur, como en un eco:
“Es el crecimiento de la propia comprensión de sí mismo (del intérprete)
lo que éste persigue a través de su comprensión del otro. Toda hermenéutica
es entonces, implícita o explícitamente, autocomprensión por
medio de la comprensión de otros”.
En la comprensión, el movimiento hacia el otro sería un momento
mediador de la relación del intérprete consigo mismo. El otro no sería
sino un rodeo, quizá necesario, en la permanente construcción y reconstrucción
de lo mismo, la diferencia no sería sino un medio para el
fortalecimiento de la identidad, la negatividad no sería sino un momento
en el proceso de constitución de un sentido positivo, la comprensión del
otro no sería sino una parte del trabajo requerido para el crecimiento de
la autocomprensión. La estructura de la comprensión configuraría así al
otro como un elemento en el juego de lo mismo, un juego en el que su
identidad estática quedaría provisionalmente afectada por una cierta
negatividad más o menos trucada de modo que el otro quedaría determinado
como el lugar de una cierta resistencia en el que el intérprete se
afectaría a sí mismo, se alteraría hacia sí mismo. Esquemáticamente:
Mismo (Otro) = Mismo.
Desde este punto de vista, quizá la locura no sea sino lo otro en
relación a lo que la razón construye la imagen que tiene de sí misma,
quizá la infancia no sea sino lo otro en relación a lo que la madurez
construye la imagen que tiene de sí misma, y quizá los extranjeros no
sean sino los (culturalmente) otros en relación a los que nosotros estamos
empezando a fabricar una imagen de nosotros mismos, de nuestra cultura
y de nuestra casa en la que podamos reconocernos de una forma relativamente
confortable.


[1] Extracto de artículo completo con el mismo nombre. http://www.scielo.br/pdf/es/v23n79/10850.pdf

domingo, 8 de mayo de 2011

Presente

/presente/ Carlos Skliar 


“El tiempo no sale del presente, pero el presente no deja de moverse, mediante saltos que tropiezan unos con otros. Tal es la paradoja del presente: constituir el tiempo, pero pasar a ese tiempo constituido”. La cuestión es que poco más puede decirse del presente, más allá de su movimiento y su imposibilidad de salida, más acá de los saltos y los tropiezos. O, en todo caso, sí que puede explicarse el presente. Pero es incomprensible. Presente, no en el sentido de lo contemporáneo o de la época, o del tiempo que nos toca vivir. Presente, con el signo de lo que acaba de pasar y no es pasado. Presente, bajo la inquieta sensación de lo que vendrá y no es futuro. Presente como la palabra dicha y ya ineficaz, ya yaciente. La actualidad es una de las caras visibles del presente, pero los medios la han secuestrado haciéndola pasar como actual asesinato, actual político, actual sismo, actual tragedia, actual tránsito, actual tiempo y temperatura. Pero actualidad no es presente. No está presente. Está impuesta, es su impostora. En el presente recibimos con pasividad la actualidad, no es lo actualizado nuestro porque aún no lo sabemos. Tampoco el presente es lo vigente. La vigencia de lo que se hace, lo que se dice, lo que se piensa, lo que se cree, lo que se escucha, tiene más que ver con cómo alguien se hace presente y no tanto con su presente. Hay formas de hacerse presente que, inclusive, nada tienen que ver con el presente. Ficciones de identidad, por ejemplo. O ejercicios de desplazamiento. ¿Acaso se piensa el presente, en el presente? ¿O es pura maquinaria de sensación y percepción, aún no pensamiento? El presente mira, sobre todo. Y escucha, además. Los ojos y los oídos están en el presente. Y la piel, no la envoltura, no la epidermis recelosa, la piel de porosidad sin límites. ‘Cuerpo presente’, la única expresión verosímil; mucho más que ‘estar presente’ o ‘presentarse’ o ‘hacerse uno presente’ o decir: ‘presente’. Los ojos miran y es el único momento en que mirar quiere decir no juzgar, no interpretar, no inferir, no dictaminar, no interpelar. Los oídos escuchan y es la única vez en que escuchar quiere decir dejar pasar uno a uno los sonidos cuya llegada es irrefrenable. La piel recibe, no ejecuta, no elabora, no transforma sensación en sentimiento, ni pasión en pasaje, ni padecimiento en sufrimiento. Sin embargo, enseguida, súbitamente, se hacen presentes las palabras. Y toman cuenta de los ojos, los oídos y la piel. Las palabras alrededor y dentro de la mirada. Las palabras en medio del escuchar. Las palabras que deciden cómo sentir lo sentido, cómo percibir lo percibido. Las palabras están antes o después del presente. Se conjugan en dos tiempos: una cada vez más remoto, otro cada vez más intangible. El único tiempo que asiste al presente, el gerundio, es el más efímero de los tiempos verbales: estar pensando, estar sintiendo, estar percibiendo, en fin: estar siendo. Y dejar de serlo. Por que el presente es un murmullo ininteligible, el más huidizo de los tiempos, un sonido que parece nombrar al mundo, pero que se repliega hacia la intimidad en busca de sosiego y respiración. Todo lo hace en un segundo y no admite que el segundo ya no es. Ya no se es ése sujeto que habitaba en ese segundo. En todo caso, el presente masculla, balbucea, tartamudea y gime destemplado. No hay silencio en el presente. Pero tampoco hay lengua constituida. Es intraducible el presente y está antes que la traducción la lengua que lo pronuncia.  Aún cuando todas las palabras del universo quieran ocuparse del presente para tornarlo actual, vigente, existente.  Y no hacen más que volverlo sordo, ciego, insensible. Incapaz de toda pretensión de quietud, de sosiego, de anonimato. Desfiguran el presente hasta hacerlo omnipresente.  

Anduve por el dorso de tu mano, confiada... (Chantal Maillard)

Anduve por el dorso de tu mano, confiada,
como quien anda en las colinas
seguro de que el viento existe,
de que la tierra es firme,
de la repetición eterna de las cosas.
Mas de repente tembló el universo:
llevaste la mano a tus labios
y bostezando abriste la noche
como una gruta cálida.

Llevabas diez mil siglos despertando
y el fuego ardía impaciente en tu boca.

De "Hainuwele" 1990